lunes, 12 de octubre de 2009

DEJA VU, "Esto lo tengo de algún lado"


por Augusto Taglioni


“La oligarquía persiste en su propaganda librecambista, en la defensa del capital extranjero y en la critica a la explotación estatal”, afirmaba fervientemente el periodista Raúl Scalabrini Ortiz en pleno año 1955, cuando el imperio británico inistía en lo que después fue una reprivatización de los ferrocarriles, despojando de un plumazo los logros emergidos durante diez años.

Esta denuncia es adaptable a una realidad que no nos es para nada ajena. Habría que agregarle la insistencia de la clase dominante, con sus personeros “clase medieros” y bolsilleros, con la siempre consecuente iglesia católica, con los benévolos empresarios y las siempre dispuestas fuerzas de seguridad, en sembrar pánico en una región que va camino al “orden” impuesto mediante la represión, los parámetros y condiciones de las minorías y la legitimidad producida por el silencio de gran parte de las mayorías.

Es necesario analizar, sin anacronismos, hechos que pensábamos revivir solamente en libros y enciclopedias destinadas a hacernos reflexionar sobre situaciones que las sociedades no debieran volver a vivir. Rememorando épocas en donde la censura, la persecución, la proscripción y la muerte eran moneda corriente de una realidad silenciada por la fuerza, hoy, paradójicamente, nos vemos inmersos en situaciones similares.

Calles militarizadas, helicópteros sobrevolando los cielos ocultando las estrellas ahora apagadas, presidentes secuestrados por la fuerza obligados al exilio y empresarios representantes de una elite ilustrada que nos traen las imágenes de aquella minoría que gobernó la República Argentina en las presidencias de Bartolomé Mitre, Domingo F Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Miguel Juarez Celman, José E.Uriburu, Manuel Quintana,José Figueroa Alcorta y Roque Saenz Peña, entre 1862 y 1914, en donde los derechos de las mayorías populares existían en boca de los supuestos “subversivos defensores de la barbarie”.

A su vez, el golpe de estado sufrido por el pueblo hondureño nos envuelve en una pesadilla golpista con personajes nefastos de la historia latinoamericana, tales como; Ernesto Geisel o Joao Fuguereido en la dictadura de Brasil iniciada en 1964, al golpe de Augusto Pinochet a Salvador Allende en Chile en 1974, Jorge Rafael Videla en Argentina en 1976, Alberto Demicheli en Uruguay impuesto por las Fuerzas Armadas el mismo año, Bolivia, con la dictadura del General Hugo Banzer, entre 1971 y 1978, Paraguay con el dictador militar el general Alfredo Stroessner, quien gobernó ese país durante treinta y cinco años, desde 1954 hasta 1989, Anastasio Somoza García, dictador de Nicaragua entre 1936 y 1956 y estableció una dinastía familiar que gobernó el país hasta 1979 o Manuel Noriega en Panamá. Estas experiencias tuvieron el común denominador de la sistemática persecución, terror y muerte ejecutada desde las huestes del estada a la sociedad civil. Si uno despertase de una pesadilla basada en los recuerdos de estas crueles realidades vividas en décadas pasadas, jamás se le ocurriría pensar la posibilidad de que se pueda repetir en pleno siglo XXI.


Históricamente, las sociedades fueron polarizadas por las aristocracias de cada sector de nuestra América latina, en donde se sostenía la disyuntiva de “civilización o barbarie” y aquellos que representaban a los oprimidos, a los jóvenes, los estudiantes y los trabajadores recibía el calificativo de “populistas” o “tiranos”, acusados de totalitarios a pesar de que la voluntad del pueblo era plasmada en las urnas contundentemente.
No hace falta irse al país hermano de Honduras para visualizar una película de terror setentista marcada por el horror y la impunidad. Las calles militarizadas y la persecución también pertenecen a una sociedad que exige eliminar a la barbarie moderna. Las fuerzas militares como Prefectura, Gendarmería o la policía bonaerense avasallan las calles en pos de una seguridad y un orden que persigue las mismas metodologías anteriormente mencionadas y que no obtuvo otro resultado mas que la exclusión, la discriminación y la intolerancia.


Veintiocho millones de pesos destinados a que la policía pare a personas que caminan por la calle tan solo por “portación de cara”. Un poder legitimado por los mismos sectores que hoy se horrorizan y durante mucho tiempo miraron para otro lado, cerraron las persianas y apuntaron con el dedo con el fin de salvaguardar sus propios privilegios, aparentando un “status” elevado pero dueños de una vida no menos miserable de cualquier mortal. Personas que disfrutaron de los beneficios del capitalismo, los honores del libre mercado y el orden que la sociedad civil perpetraba, tortura y muerte mediante, sobre una barbarie que contaba con el pecado de disentir en costumbres, cultura y convicciones. La misma civilización que hoy paga las consecuencias de sus distracciones y que anhela una retórica marcada por su propio individualismo.


El filósofo Rubén Dri, sostuvo en pleno conflicto con las patronales agrarias y ante la imperiosa intención de los mismos sectores que apoyaron a los asesinos de la región, que hoy piden mano dura y que protestan ante los líderes que trabajan en pos de transformar la realidad y combatir con el establishment para disolver el status quo impuestos por el imperialismo, que el golpe estaba en marcha.

Vale la pena modificar el análisis y enunciar que el golpe, como alguna vez padecimos, empieza un día

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