lunes, 12 de octubre de 2009

No hay avance sin militancia organizada

Por Cristian Arroyo


Los que hacemos política para construir el futuro, sabemos que en la historia vamos a encontrar las enseñanzas que necesitamos para actuar en el presente.


Este mismo ejercicio hacia hace varias décadas Juan Domingo Perón cuando explicaba las razones del éxito de Napoleón. Relataba el General que las guerras pre napoleónicas se desarrollaban entre ejércitos profesionales, constituidos por instruidos miembros de la nobleza, que hacían gala de su formación militar y resolvían sus conflictos con la superioridad de la técnica.


Estos ejércitos se encontraron inermes cuando se incorpora un nuevo elemento a la guerra, los ejércitos de masas, que liquidaban por el número y la convicción cualquier sutileza técnica.


Si la guerra siempre fue la continuación de la política por otros medios, lo que estaba pasando era que las masas eran incorporadas a defender intereses que consideraban valiosos, tarea hasta entonces reservadas a minorías de elite.


Perón decía también que él había hecho lo mismo en el terreno de la política. Antes del peronismo la lucha política en nuestro país consistía en movimientos de pequeños grupos para conquistar el poder del Estado. La novedad del Peronismo fue incorporar al Pueblo organizado a ese juego, y la contundencia del resultado queda claro en la historia. La incorporación de los trabajadores a la política a través de los sindicatos, de la mujer a través del Partido Peronista Femenino, la organización del territorio a partir de las unidades básicas y todo el entramado movimentista que siempre caracterizó al peronismo, hacían que ningún partido o grupúsculo pueda competir en el plano democrático con el pueblo movilizado en la defensa de sus intereses.


De ahí que los medios que se utilizaron para desalojar del poder al peronismo hayan alcanzado grados de violencia tan extremos como bombardear la Plaza de Mayo en pleno día. Cuando las minorías combaten contra pueblos enteros la violencia que ejercen es brutal.


Primera premisa que extraemos de la historia: solo cuando los pueblos participan de la defensa de sus intereses son posibles los cambios verdaderos y perdurables.


Rodolfo Walsh lo veía claramente cuando alertaba de que en una lucha de aparato contra aparato era imposible que vencieran las fuerzas populares. Sólo construyendo grandes mayorías era posible doblegar a las fuerzas reaccionarias.


Estas lecciones de la historia nos sirven para reforzar una idea que nos constituye como fuerza política: es el tiempo de la militancia organizada, es el tiempo de la politización de la sociedad.






El kirchnerismo ha dado valiosísimas batallas contra los intereses concentrados. Entre ellas podemos enumerar la actitud soberana frente al FMI, la quita histórica a los bonos de deuda en cesación de pagos, el rechazo al ALCA, el fin a la impunidad de los genocidas, la recuperación de los aportes jubilatorios de las garras del capital financiero y finalmente la disputa por el excedente agrario y por la democratización de los medios de comunicación.


Sin embargo, todas estas batallas contra el corazón de la dominación neoliberal se dieron básicamente desde el aparato estatal, teniendo la militancia y la movilización popular un rol auxiliar y secundario.






Poco importa si esta realidad se debe a una concepción de la política o a las propias limitaciones de las organizaciones populares, lo que es cierto es que si se quiere seguir avanzando en las transformaciones necesarias para construir una Patria para todos es imprescindible incorporar decididamente al pueblo a la política.






Para que esto sea posible es necesario reconstruir una ética militante que enamore al pueblo, una practica colectiva que le permita ser protagonista de la historia y una articulación que nos permita constituirnos en el actor colectivo capaz de llevar adelante las grandes transformaciones.


Cuando hablamos de una ética militante, de una ética revolucionaria nos referimos a la capacidad de asumir como tarea impostergable la reparación de las injusticias que sufren miles de compatriotas días tras día. Significa asumir como sentido de nuestras vidas la realización de los sueños colectivos de millones de patriotas que en sucesivas generaciones dieron la vida por la felicidad de los más humillados.


Es la capacidad de quemarse en el dolor ajeno y entregar la vida para reparar tantas injusticias que impunemente destruyen las vidas de nuestros compañeros.


Esta ética revolucionaria es también el mejor antídoto para la burocratización de la militancia. Enseñaba Cooke que el burócrata es aquel que tal vez comenzó a luchar por la causa del pueblo pero que actualmente no tiene otro objetivo que conservar la parcela de poder que pudo conseguir. La práctica colectiva es la única forma de evitar que el dirigente se represente solamente a si mismo.


Construir una práctica colectiva significa que el militante no piensa solo en lo que él debe realizar, sino en construir las condiciones para que otros puedan intervenir en la historia. Significa compromiso con la formación del compañero, con el esfuerzo de tiempo y dedicación que esta tarea requiere.


Conlleva también la construcción de vínculos orgánicos que posibiliten emprender tareas más ambiciosas, más complejas, frutos de la organización y la suma de esfuerzos.


Por último cuando hablamos de la necesidad de constituir a partir de la articulación un actor colectivo con capacidad de intervenir decididamente en la historia estamos planteando la necesidad de actuar sobre el heterogéneo campo de grupos sociales, culturas, políticos, académicos que forman parte del campo popular pero que se encuentran dispersos y fragmentados.


La militancia colectiva y organizada tiene que ser el espacio homogéneo y sólido desde el cual buscar articular a todo ese colectivo amplio y disperso de organizaciones, buscando que esta articulación supere la mera contingencia.


Nuevamente la militancia organizada tiene que ser los ojos y la columna vertebral del gigantesco espacio nacional y popular.






Por eso es que hoy más que nunca es necesario romper con la lógica liberal de participación en la política y reinvidicar la construcción de formas de militancia colectiva, organizada, que permitan la formación y el protagonismo del pueblo en la toma de decisiones y en la defensa de sus intereses.


La política no es una forma de realización individual sino el espacio de construcción colectiva de un futuro que valga la pena para todos.


Porque no es una frase hecha la que reza, juntos somos fuertes, organizados invencibles. Es una verdad aprendida de la historia, de las luchas populares y la condición de todas las grandes transformaciones.















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